Tenía aún los ojos semicerrados, suspirando, consultó por enésima vez su reloj, las 7:55. ¡Maldita sea!
Después de una noche de fiesta, en la que se había recogido, ni sabía la hora, porque de fiesta ¿A quién le importa lo que diga el reloj? Lo miras, si, y muchas veces, pero no lo ves.
En cambio, en el trabajo, ya es una costumbre, más un sábado por la mañana, en la que entras a las 7:45, y sabes que te toca pringar todo el día, porque es sábado, y los sábado está abierto todo el día, porque según el cartel “Domingos cerrado”, “Qué bien, una panadería que cierra los domingos”, pero el resto de la semana, entras a las 7:45 y te vas a las 14:30, a comer y vuelves a las 16:30 hasta pasadas las 20:30, y así un día con otro, y tu jefa, superfeliz, porque te da los domingos libres, porque ella no es una tirana, sino una “jefa enrollada”, que le da a su personal los domingos libres, un sueldo de mierda, y al menos una bronca segura en cada turno de trabajo. Y no te explota, eso no, solo que lo quiere todo tan sumamente limpio, que mientras despachas, vas poco más que con la bayeta, el plumero, los guantes de látex en las manos, la escoba metida por el culo, porque así te ahorras barrer y en cuanto no hay clientes, tienes que dejarlo todo como los chorros, no pares un segundo, porque te paga (un sueldo de mierda) por todos los minutos que entran en tu jornada laboral. Y algunos extras (por esos, ni una mierda) porque libras los domingos.
Y sí, era sábado por la mañana, y estás resacosa, porque la fiesta ha merecido la pena, y no tienes idea si has descansado 10 minutos o menos.
Y llega la primera clienta, una chica de unos dieciséis años, que te mira sonriente de más.
- ¿Qué te pongo? –le preguntas, intentando poner una sonrisa falsa, porque como la jefa no ha llegado, no tienes por qué ser la alegría de la huerta aún.
Pero la chiquita, con la sonrisa abierta, un poco tímida, te pregunta:
- ¿Me lo darás en pan o en dinero?
Estoy flipada, piensas, aún me duran los efectos de las… copas que me he tomado, un par de ellas, un par de docenas, tampoco lo tienes tan claro.
- ¿Cómo dices? –preguntas, porque lo más seguro es que no hayas oído bien.
- ¿Qué si me lo das en pan o en dinero?
No, la que está flipada es ella. ¿Dónde ha ido de fiesta?, que me lo diga que yo me apunto.
- Perdona, pero es que no te entiendo…
- Lo del pan, es que yo solo quiero una barra –y señala un cartel detrás de ti.
Si, ese que está junto al de “Domingos Cerrado”. Ése que pone:
“Hoy pan doble”
Me encanta este nuevo enfoque del blog!
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