martes, 29 de marzo de 2011

ALGO TRIVIAL.CAPITULO 2

Sobre las diez de la mañana, apareció David, con Jacobo.
David era alto, atractivo, atlético, rubio, ojos verdes y una sonrisa encantadora. Gustaba de ser el centro de atención.
Jacobo, alto, moreno, bronceado, también muy atractivo. Amable, educado y más discreto.
Cuando David vio a las chicas, levantó los brazos, llamando su atención.
Dio un sonoro beso en la mejilla a su novia y otro a Pamela:
- ¡Mis chicas favoritas! - dijo, mirando a las dos.
A continuación hizo las presentaciones.
- Venía con ganas de darme un buen baño, pero como está el tiempo, va a ser imposible - comentó David, mirando a su novia.
- ¡Qué manía con que lloverá!-  dijo la aludida- ¿Damos un paseo por la playa? Pam y yo llevamos bañador.
Sin darles tiempo a nada, agarró un brazo de su novio y otro de su amiga. Y los empujó fuera.
Giró la cabeza y con una sonrisa, le hizo un gesto a Jacobo para que les acompañase a la playa.
Allí estuvieron charlando un rato. Empezaba hacer calor, el cielo se había despejado, así que las chicas pronto se quedaron con sólo el bañador.
Ellos no llevaban puesto ninguno, por lo que se refugiaron a la sombra de la palmera cercana.
Mientras ellas corrían a la orilla, David, protector, dijo:
- Tened cuidado, ya no hace buen tiempo.
Pamela se volvió y sonrió.
- No te preocupes.
Las dejaron divertirse un buen rato, chapoteando y jugando en el agua como dos niñas.
Ellos, mientras tanto, las miraban, charlando, y envidiosos por no poder bañarse, David había insistido en que llovería, pero se había equivocado.
Acercándose los dos hombres a la orilla, David dijo:
- Pamela, salid ya.
Ella hizo un gesto, preguntando el porqué:
- Es la hora de almorzar y creo que han llegado los demás.
Pamela tocó el hombro de Elena, a su lado. Elena puso cara de fastidio, pero salió con una sonrisa.

CAPITULO 3

                                                                                                         
                                                                                        Esta vez, fue ella la que llegó pasadas las once de aquel viernes.
Se sorprendió cuando, al subir por las escaleras, su padre la llamó a su despacho.
Ella no había hecho nada, y esperaba que su hermana tampoco. No quería que le aguara el día.
-Siéntate –dijo con frialdad
Se sentó. Lo miró a los ojos:
-¿Dónde has estado?
-Por ahí.
-¿Con quién?
-Con mis amigos.
Alfonso suspiró:
-¿Cuántos chicos son…“tus amigos”?
-Unos seis.
-¡Seis!
-Sí, los de siempre. ¿Qué pasa? Les conoces a casi todos.
-No volverás con esa pandilla. ¡Y no me repliques! O te mando con tu tía Isabel.
Respiró varias veces, intentando tranquilizarse antes de preguntar:
-¿Por qué? ¿A qué viene esto, papá?
-Porque no me gusta ver a mi hija sobarse con un tipo en el centro y a la vista de todos, tampoco me gusta ver a mi hija comprar ropa interior y probársela con ese impresentable y encima oírlo protestar por no poder esperar. Y mucho menos, oírte decir que te la pondrás para él y sus amigos. Te subas de paquete en una moto, cosa que te prohibí expresamente y llegar a las once de la noche. ¿Te parece razón suficiente?
-¿Desde cuándo me espías?
-No es ésa la cuestión, te vi por casualidad, como mucha otra gente.
-Y sacaste conclusiones precipitadas. Sí, he hecho alguna cosa mal, pero se te ha disparado la imaginación. Si ya que me viste, me hubieras dicho algo, no habrías pensado tan mal de mí. Tengo diecisiete años. ¿Acaso no salías tú con mamá a esa edad? ¿Qué esperabas? Fui de compras al centro y compré muchas cosas. Y entré en una tienda de ropa interior y complementos. Había unos collares que me gustaron mucho para los disfraces de carnaval. Y fui con Fernando a casa de mi amigo Jaime, que por cierto, es su madre la presidenta de la comparsa, y le gustaron mucho, puedes llamarla y preguntárselo, ella estaba presente cuando me lo probé. Hice mal en subirme de paquete, pero no tengo otro medio para moverme. Y he vuelto a las once porque es viernes y tú me marcaste esta hora los viernes y sábados. Y por cierto, en mi pandilla hay seis chicos y diez chicas.
-Vale, reconozco que a lo mejor me he lanzado. Pero, de todas formas, quiero que te hagan una revisión.
-¿De qué?
-Que me asegure que no eres una golfa y no estás embarazada.
-¡Eso es un… asalto a mi intimidad! Y una falta total de confianza, no he hecho nada… censurable.
-Tu intimidad es de mi incumbencia, eres mi hija, y eres menor de edad. Y si no has hecho nada, yo estaré seguro que no eres una…
-¿No te basta con mi palabra?
-No, Raquel, hace tiempo que tus palabras se las lleva el viento. Siempre con mentiras. Te he preparado una cita el lunes a primera hora.
-Y si no soy virgen. ¿Qué harás?
-Ya lo decidiré. Si tienes algo que contar, será un atenuante para ti.
-No tengo nada más que decir. Es más, no voy a hacerme ningún examen.
-Lo harás, no quiero una zorra bajo mi techo.
-¡Qué bien! Así no corremos peligro que traigas a ninguna de tus amigas.
Fue callada con un bofetón.
Pero no soltó ni una lágrima.
-Sube a tu cuarto y no salgas hasta el lunes.
Guardó el deseo de replicar. Alfonso nunca le había puesto la mano encima. Subió corriendo a su dormitorio.


lunes, 28 de marzo de 2011

ALGO TRIVIAL. CAPITULO 1

Era sábado por la mañana, el día amanecía gris. Apenas daban las nueve:
- ¿Lloverá? – preguntó Pamela, mirando a su acompañante.
Elena sonrió:
- No, hará un día espléndido. Hasta podremos bañarnos.
Elena era, difícil de definir. Tan bella, con ojos azules, grandes, profundos. Castaña clara, cabello liso y largo. Alta, escultural, pero, sobre todo, muy inteligente. Nunca se equivocaba, estaba siempre a punto para todo. De familia acomodada, encontró, desde niña, el apoyo y fidelidad de Pamela.
Su amiga era menos escultural, aunque de figura estilizada, menos guapa, más bajita, de estatura media. Morena, cabello rizado, ojos marrones, inquietos. Muy atractiva, no tan inteligente como Elena, apenas sí concluyó el bachillerato. Venia de una familia humilde, con lo justo para sobrevivir. Contó desde niña, con el apoyo de Elena.
Más de tres años hacia que vivían juntas, en un piso propiedad de Elena. Que era diseñadora en una gran empresa.
Pamela era dependienta de unos grandes almacenes, pero siempre iban juntas. Las diferencias sociales, las superaba la amistad que tenían desde niñas.

La noche anterior, habían llegado a casa de Andrés.
Se trataba de un edificio de dos plantas y un ático, en el cual vivía el hombre.
Había sido construido como hotel de lujo. Pero una generación anterior, lo convirtió en un lugar privado, con una pequeña cala, exclusiva para él, y un acantilado con vistas hasta muy lejanos horizontes.
Andrés, hombre anciano, que nunca se casó, ni tuvo hijos, gustaba de estar rodeado de sus sobrinos y personas allegadas.

Ese fin de semana, Elena estaba en su lista. Y cómo no, ella hacía años que no acudía a ningún evento sin Pamela.
Además, sólo otra persona interesaba de esa lista a Elena. David, su novio.
Andrés, viejo conocido de ambos. Era el dueño, aunque ya retirado, de la empresa en la que trabajaba Elena.
David era uno de los directivos.
Otro de los directivos, aunque en la sección de diseño, era su sobrino carnal, y heredero directo, Jorge, también invitado, y jefe directo de Elena.
El resto de invitados, era un amigo de David, Jacobo, al que nadie, salvo él, conocía.
Diana, compañera de David y su principal rival.
Paula, hija del actual presidente de dicha empresa
Esos eran los siete invitados ese fin de semana.

miércoles, 23 de marzo de 2011

CAPITULO 2


Con la llegada inminente de la navidad, Raquel, ya sin escayola, paseaba por el centro comercial cogida de la mano de Fernando.
Miraban diferentes escaparates. En uno de los locales, Alfonso terminaba unas compras. Una mujer a su lado lo miraba, preguntándole algo.
No sabía que Raquel tuviese novio. El descubrimiento lo molestó, y salió a la puerta del local, sin parar de mirarla.
En ese escaparate, la maniquí llevaba una minifalda.
Fernando sobó las piernas de Raquel, haciéndole algún comentario. Ella reía y el chico le dio un beso en los labios.
Y pararon en la tienda de ropa interior, abalorios y complementos.
Entraron en ella. Y veinte minutos después, salían. Ella llevaba una bolsa del local.
Alfonso estaba cerca, pero no le vieron, aunque él sí les vio, y les oyó.
-Póntelo esta noche.- decía el muchacho
-Hay que esperar, ya te lo dije.
-No sé si a los demás les gustará.
-Pues luego lo vemos en casa de Jaime. Seguro que a todos les gusta.
Fue suficiente para Alfonso. Le habían tomado ventaja, les siguió, furioso, pero ellos llegaron al aparcamiento y se alejaron en la moto de él.
Resopló, su expresión, demostraba claramente que Raquel le había vuelto a defraudar.

lunes, 21 de marzo de 2011

PASA LA VIDA. CAPITULO 1

Raquel y Lucía, dos hermanas.
Se llevaban casi tres años de diferencia.
Vivian en un bonito chalet a las afueras. Sus padres triunfaban en el trabajo y eran una familia bien avenida.
Alfonso era socio en una empresa de distribución. Blanca, publicista. La vida les sonreía, todo iba muy bien.
Las niñas crecían sanas y fuertes…
Cuando Raquel cumplía ocho años y Lucía cinco, a Blanca, le fue detectado un cáncer de mama.
Fue un duro golpe para la familia. Alfonso se hundió moralmente. Pero aguantó con entereza durante dos años, el infierno que duró su enfermedad.
Cuando Lucía lloraba, mandaba a Raquel a consolarla.
La hizo adulta de golpe, sin darse cuenta que aún era muy niña. Pero, al ser la mayor, tenía más conciencia de todo, se daba cuenta de todo y veía el sufrimiento en sus progenitores.
Aguantaba todo lo que veía. Lucía no lo comprendía, y Alfonso, al verla más frágil, se volcó en ella, manteniéndola entre algodones.
Dos largos e insufribles años, viendo a su esposa que se le iba la vida sin poder hacer nada por ella.
La madre de Alfonso se ocupó del cuidado de las niñas, un año antes del entierro
Lucía era buena y dócil. Raquel, traviesa y rebelde.
Poco a poco, mientras Raquel creaba un abismo entre su padre y ella, Lucía estaba más unida a él.
Y la abuela, todo lo malo que pasaba, todos los accidentes domésticos, todas las travesuras, se las hacía pagar a Raquel, Alfonso la castigaba una y otra vez.
Durante cuatro años, aquello fue para la niña otro pequeño infierno.
Después, la abuela también se marchó.
Y Alfonso contrató una niñera tras otra.
Todas se marchaban por lo mismo.
Les daba pena la pequeña Lucía, pero no soportaban a Raquel y sus travesuras
Tan solo una le dijo a Alfonso:
-Su hija se siente sola, no recibe cariño. Sólo quiere llamar la atención. Su atención.
Pero también se marchó.
Alfonso, cansado de tanta niñera de ida y vuelta, amenazó seriamente con internar a Raquel si se marchaba otra cuidadora.
Y la siguiente, fue Celia. Mujer tranquila y serena, ya mayor, que pareció entenderse bien con la niña.
Y ya llevaba tres años con ellas. No tenía intención de marcharse, Raquel la respetaba, si tenía dudas o problemas, generalmente, los consultaba con ella, la única persona que se había parado a escucharla.
Y Alfonso, continuaba teniendo el centro de su vida en su trabajo.
Eran largos días los que pasaba fuera de casa, y al no tener quejas, respiró tranquilo esos tres años.

***


Raquel cumplía los diecisiete años. Una edad difícil.
Dos meses antes, Lucía había cumplido los catorce.
Se había celebrado una fiesta en casa. Alfonso había salido a tiempo del trabajo y lo celebró con ella.
Pero ese día, Lucía fue quien compró una pequeña tarta.
Raquel celebró su cumpleaños con su hermana y con Celia. Sin fiesta, sin gorritos ni confetis, sin regalos ni risas.
El castigo aún le duraba.
El año anterior, le había regalado una motocicleta.
Mejor dicho, su padre le dijo que escogiera su regalo, y ella compró la motocicleta. Cuando Alfonso la vio, su enfado fue mayúsculo.
Pero poco a poco, aceptó, sólo para que no fuera de “paquete” en ninguna otra.
Y justo un mes antes, se cruza con un coche, teniendo un accidente.
A ella le escayolaron una pierna, y la moto se la llevó su padre a un desguace.
Ante tal actitud, se dijeron de todo. Alfonso la castigó sin celebraciones en su cumpleaños.
-Feliz cumpleaños, sólo te queda uno para ser mayor de edad- dijo su hermana
-Gracias, Lucía, y gracias, Celia.
-Pide un deseo antes de apagar la vela
-¿Para qué? Siempre pido lo mismo y nunca se cumple.
-Pídelo otra vez.
Sopló. La vela se apagó. Comieron entre risas un poco de tarta. Estuvieron charlando hasta las diez de la noche.
-Papa llega tarde últimamente- comentó Lucía, ya a solas en la sala.
-Tendrá por ahí alguna mujerzuela.
-No digas eso, tiene derecho a ser feliz.
-Ya. Yo lo prefiero, cuanto menos pasa en casa, menos me castiga.
A las doce, oyó su coche.
Lucía se había acostado un rato antes, Raquel permanecía en la sala.
Al ver la luz encendida, Alfonso se acercó:
-¿Qué haces levantada a estas horas?- preguntó.
-Estoy en mi cuarto. No puedo subir las escaleras. ¿Quieres un trozo de pastel?
-¿No tienes deberes por hacer?
-No, papá, no tengo que estudiar
-Me ha llamado el director del instituto. Te ha traído tu hermana un montón de tareas y aún no se las has entregado.
-¿Tareas? No tenía noticia de…
-¡Basta! Quiero ver todos los días los deberes que te manden. Bastante con que tus profesores se molestan en prepararlo todo para que no pierdas el curso.
-Olvidé dárselos a Lucía esta mañana, pero está todo terminado. Si quieres verlo, lo ha dejado en la entrada. Si no quieres nada más, voy a dormir.
-¿Por qué no te instalas en la habitación de abajo?
-No me gusta, ésa no.
Alfonso entendía. Su esposa, los últimos meses, se había instalado ahí, y ahí había muerto.
-Buenas noches, hija.
-Buenas noches, papá, gracias por tu felicitación.
-¿Eh?
¿Pastel? ¿Felicitación?
-Lo siento, Raquel, feliz cumpleaños.
-Gracias, papá. ¡Qué bien que te hayas acordado! Me ha emocionado tu regalo y que vinieras pronto para estar conmigo.
-Ya te he dicho que lo siento. Ha sido un día muy duro. Mañana saldremos a cenar y lo celebraremos a lo grande. Te había encargado unas flores, pero no he tenido tiempo de recogerlas.
-No te preocupes. Y no hace falta que reserves mesa. Mañana no es mi cumpleaños.
-Trabajo muy duro para que no os falte de nada. A veces me olvido de cosas, lo siento.
-Sí, pero a veces me falta sólo una simple pregunta. ¿Cómo estás, Raquel? ¿Te duele la pierna? O esperar todo el día a que llegues para que me ignores. Como si ya no fuese tu hija. ¿Sigo siendo tu hija?
-Desde luego. Sí que estás sensible. Si te duele la pierna, vamos ahora mismo al médico.
-No te molestes. Hay heridas que un médico no puede sanar. Buenas noches. Si no te importa, cierra la puerta al salir.
Alfonso se quedó parado. Raquel ya no gritaba, no lloraba ni pataleaba. Simplemente, pasaba.

***