- Por fin en casa –dijo ella.
Él la abrazó, también ilusionado.
Luis y Maria, después de tres años de relación, habían decidido formalizar lo suyo. Un año entero sin poder salir ni a tomar un café al bar de la esquina, ni siquiera una cena romántica por san Valentín o el aniversario. Sus mentes, movidas por el corazón, sólo pensaban en el ahorro extremo, habían decidido vivir juntos y se lo tomaron muy en serio.
Y por fin, como había dicho María, ya tenían una casa, una hipoteca superior a su esperanza de vida, cuatro muebles con los que pasar, y continuarían sin ese “café en el bar de la esquina” de por vida. Pero todo eso, daba igual.
María, orgullosa, repasó toda la casa. Dos habitaciones, un cuarto de baño y un comedor-cocina, suficiente.
Salió al balcón y respiró hondo, llenando los pulmones con el aire contaminado de una ciudad industrial, pero el aire desde “SU CASA”.
- Hola, somos los nuevos vecinos –le dijo, feliz. Luis acababa de salir con ella.
La mujer los miró. Una sonrisa forzada, acudió a sus labios.
- Ya. Me he informado.
- ¿Cómo dice? –preguntó Luis, que desconocía los cotilleos de un edificio antiguo.
- Así es –continuó la mujer- Nunca se sabe quién vendrá a la casa de al lado. Por ahí han pasado… -se calló, una mueca de disgusto se dibujó en su cara. Se dio media vuelta y se internó en su casa.
***
Pasados unos meses, la vecina, Encarna, apenas si se había dado a conocer y era más simpática con Luis que con María.
La oían discutir a menudo con Santiago, su marido, pero era ella la que siempre gritaba y tenia la ultima palabra. Santiago no se asomaba al balcón.
Una tarde, Luis se enteró del porqué. Una extraña enfermedad lo había recluido a una silla de ruedas dos años antes.
- Así ya no tiene esa necesidad de estar todo el día en la calle, tras la falda de una cualquiera –dijo con desprecio Encarna.
Una muchachita de dieciséis años, coqueta, guapa y descarada, le hacía insinuantes comentarios a Luis en el ascensor. También estaba Encarna.
Y más tarde, en el balcón, se lo dijo a María:
- No es más que una niña –replicó ella, molesta por la intromisión.
- Eso decía yo con la que vivía en tu piso. Pero las niñas de hoy, son unas frescas. Por suerte, tuvo lo que se merecía. Tonteaba con Santiago y los pillé… Llévate cuidado con los hombres.
Esto intrigó a María, y a través de los vecinos, supo que su casa había sido un piso de estudiantes, donde Vivian dos chicas, Elena y Paula.
Elena era la guapa y graciosa. Paula la callada y empollona, amigas desde la infancia.
Y se comentaba que Elena y Santiago, tuvieron algo más que buena amistad. Y que Encarna los pilló una tarde intercambiando algo más que azúcar.
Pocos días después, una oscura noche, Elena fue mortalmente atropellada. Nunca hallaron al culpable, y se sospechaba que no iba sola, pero ni rastro de un acompañante.
Rota de dolor, Paula se marchó de allí. Esto había sucedido dos años antes.
Pero, por esos días, Santiago había enfermado y después de una temporada en el hospital, Encarna, celosa, no permitió visitas ni en la clínica ni en casa. De todas formas, el hombre, al verse impedido, tampoco estaría de buen humor.
***
La amistad entre ellas creció, María sabia que por su embarazo, porque Encarna, se mostraba muy atenta con ella. Sabía que la mujer perdió un hijo años antes, con dos años de edad.
- Es la época más frágil de una mujer –su sonrisa era mas autentica- Ahora es cuando debes tener cuidado con tu marido y todas esas fulanas.
- ¿Por qué no organizamos una merienda los cuatro? –dijo María, arrepintiéndose enseguida.
Luis le había dicho que no tuviera mucha amistad con esa mujer, le parecía siniestra.
Pero María, que la escuchaba como a un Oráculo, no deseaba echarse atrás.
- Vale. Mañana por la tarde en mi casa, a las cinco –dijo Encarna, con alegría.
Así que una sonriente y muy embarazada María, convenció a Luis para acudir a la cita.
- No, Santiago, todo es culpa tuya. Mi niño no habría muerto si tú lo hubieras vigilado en vez de estar “ocupado” con una fulana. Y estás así por ti, no por mí. ¡Deja de quejarte! ¡Y no mires a la vecina, que nos conocemos!
Con una sonrisa, aunque algo alterada, les abrió la puerta.
- Pasad, os presentaré a Santiago, tiene ganas de conoceros.
En una silla de ruedas, estaba Santiago. No se movía, no miraba a nadie.
La bandeja de dulces que llevaba María, se cayó al suelo al ver al hombre.
Santiago, llevaría muerto poco más de dos años….
FIN
Que sorpresa! no me esperaba el final ese para nada! que buena historia, algo siniestra pero buenísima! ánimo!
ResponderEliminarJolines! Esta historia fue increíble, el final me ha impactado!
ResponderEliminarUn besazo. Te sigo!
Lorena y Autora, gracias, me alegro de que os haya gustado, pronto habrán más, si os apetece. besos para las dos, sois un encanto.
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