A la mañana siguiente, a las doce y media, un taxi dejó en la puerta a Raquel y Lucía.
Pasaron al interior de la casa.
En el recibidor, esperaban las maletas de la joven.
Raquel se fue al despacho de su padre.
Estaba sentado, escribiendo algo.
-Hola, papá. Ya estoy en casa.
-Aquí tienes un cheque. Dáselo a Isabel. Ella te lo hará efectivo. Espero que tengas suficiente, no puedo darte más. Me has dejado el bolsillo muy flojo.
-Lo siento, papá, yo…
-No, por favor, no quiero explicaciones. Entre el taller, el abogado, el hospital, tú traslado, la matricula y la estancia en “Los Rosales”, creo que te estoy pagando bien. De todas formas, si necesitas algo, llama a mi secretaria, ella se ocupará de tus asuntos a partir de ahora. Vete ya, el coche está esperando. Pagaré por un año y medio con Isabel. Si quieres salir antes, no quiero verte. Espero que el tiempo que pases internada, dé sus frutos.
-¿Un año y medio?
-Sí, necesito darme un respiro contigo.
-¿No te despides de mi?
-Ya lo hice ayer, cuando te prohibí tocar mi coche.
-Ni siquiera has ido a verme al hospital. Espero que algún día me puedas perdonar. Aunque siento que estás celebrando mi funeral.
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