A la mañana siguiente, oyó sonar un timbre.
Mucho jaleo de personas, y al cabo de media hora, silencio absoluto.
Cuatro compañeras, entraron en su habitación, la levantaron de la cama sin miramientos y la obligaron a ponerse el uniforme, y la llevaron al aseo.
Todo eso, sin dejar de darle pellizcos y capones.
En el aseo, a pesar de que algunas heridas de la cabeza tenían puntos, se la metieron dentro del lavabo y estuvieron sujetándosela un rato, con el agua fría.
Cuando terminaron, le restregaron la toalla por la cara, con brusquedad. La peinaron de mala manera. Y la llevaron al comedor.
Todas lo abandonaban ya.
Allí había mesas muy largas, y una al final, en medio.
-Gracias por dejarnos sin desayuno- dijo una, dándole un capón.
El resto la imitó y la empujaron a la clase.
Allí, la profesora atendió a una de sus heridas, que se le había ido un punto y sangraba.
Pero Raquel no lloraba, no sentía la molestia, no reaccionaba.
Fue obligada a escribir mil veces:
“Me levantaré con el primer timbre. Estaré en clase con el segundo timbre”
No opuso resistencia, ni se quejó. Toda la clase la pasó sin siquiera tratar de esquivar los papeles que le arrojaban sus compañeras. No respondía a ninguna pregunta que le hacían los profesores ni tampoco a ninguna provocación.
No soltó ni una lágrima, ni una queja cuando tuvo que pasar por enfermería a curarse todas las heridas que el accidente le había provocado.
Cuando terminaron de atenderla en el hospital, comprobó con disgusto que le habían cortado el pelo y tenía muchas calvas. Pero ya ni eso le importaba.
A las cinco se marcharon las externas.
A las internas les ofrecieron una frugal merienda que comieron en el jardín.
Había muchos grupos de chicas. No se acercó a ninguno
Se sentó en el césped, pensativa, como ida. Aunque de vez en cuando, sentía el golpe de un balón en la cabeza o la espalda.
Ni siquiera se giraba o cambiaba de expresión.
Por la noche, cuando iba a acostarse, destapó la cama y estaba empapada.
Cogió la manta y durmió en el suelo.
Así la tuvieron durante una semana. Raquel seguía sin reaccionar.
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