martes, 29 de marzo de 2011

CAPITULO 3

                                                                                                         
                                                                                        Esta vez, fue ella la que llegó pasadas las once de aquel viernes.
Se sorprendió cuando, al subir por las escaleras, su padre la llamó a su despacho.
Ella no había hecho nada, y esperaba que su hermana tampoco. No quería que le aguara el día.
-Siéntate –dijo con frialdad
Se sentó. Lo miró a los ojos:
-¿Dónde has estado?
-Por ahí.
-¿Con quién?
-Con mis amigos.
Alfonso suspiró:
-¿Cuántos chicos son…“tus amigos”?
-Unos seis.
-¡Seis!
-Sí, los de siempre. ¿Qué pasa? Les conoces a casi todos.
-No volverás con esa pandilla. ¡Y no me repliques! O te mando con tu tía Isabel.
Respiró varias veces, intentando tranquilizarse antes de preguntar:
-¿Por qué? ¿A qué viene esto, papá?
-Porque no me gusta ver a mi hija sobarse con un tipo en el centro y a la vista de todos, tampoco me gusta ver a mi hija comprar ropa interior y probársela con ese impresentable y encima oírlo protestar por no poder esperar. Y mucho menos, oírte decir que te la pondrás para él y sus amigos. Te subas de paquete en una moto, cosa que te prohibí expresamente y llegar a las once de la noche. ¿Te parece razón suficiente?
-¿Desde cuándo me espías?
-No es ésa la cuestión, te vi por casualidad, como mucha otra gente.
-Y sacaste conclusiones precipitadas. Sí, he hecho alguna cosa mal, pero se te ha disparado la imaginación. Si ya que me viste, me hubieras dicho algo, no habrías pensado tan mal de mí. Tengo diecisiete años. ¿Acaso no salías tú con mamá a esa edad? ¿Qué esperabas? Fui de compras al centro y compré muchas cosas. Y entré en una tienda de ropa interior y complementos. Había unos collares que me gustaron mucho para los disfraces de carnaval. Y fui con Fernando a casa de mi amigo Jaime, que por cierto, es su madre la presidenta de la comparsa, y le gustaron mucho, puedes llamarla y preguntárselo, ella estaba presente cuando me lo probé. Hice mal en subirme de paquete, pero no tengo otro medio para moverme. Y he vuelto a las once porque es viernes y tú me marcaste esta hora los viernes y sábados. Y por cierto, en mi pandilla hay seis chicos y diez chicas.
-Vale, reconozco que a lo mejor me he lanzado. Pero, de todas formas, quiero que te hagan una revisión.
-¿De qué?
-Que me asegure que no eres una golfa y no estás embarazada.
-¡Eso es un… asalto a mi intimidad! Y una falta total de confianza, no he hecho nada… censurable.
-Tu intimidad es de mi incumbencia, eres mi hija, y eres menor de edad. Y si no has hecho nada, yo estaré seguro que no eres una…
-¿No te basta con mi palabra?
-No, Raquel, hace tiempo que tus palabras se las lleva el viento. Siempre con mentiras. Te he preparado una cita el lunes a primera hora.
-Y si no soy virgen. ¿Qué harás?
-Ya lo decidiré. Si tienes algo que contar, será un atenuante para ti.
-No tengo nada más que decir. Es más, no voy a hacerme ningún examen.
-Lo harás, no quiero una zorra bajo mi techo.
-¡Qué bien! Así no corremos peligro que traigas a ninguna de tus amigas.
Fue callada con un bofetón.
Pero no soltó ni una lágrima.
-Sube a tu cuarto y no salgas hasta el lunes.
Guardó el deseo de replicar. Alfonso nunca le había puesto la mano encima. Subió corriendo a su dormitorio.


2 comentarios:

  1. Que mala persona el padre, me gusta mucho la historia porque en pocas palabras cuentas muchas cosas, un saludo, sigue así.

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