martes, 27 de marzo de 2012

HE TENIDO UN SUEÑO

El bosque bajo mis pies se veía frondoso, los pajarillos se acercaban a mí durante una milésima de segundo. Después, seguían su vuelo lejos del mío.
Al fondo, veía una vaca rosa, me parecía que volaba, pero estaba lejana a mí.
Era una paz indescriptible, una sensación que tardaría semanas, meses, en poder asimilar. Volaba, sí, ante un paisaje verde y hermoso, con un sol radiante y magnífico.
Parecía que el mundo ya no tenía importancia, ya no había deudas, ni horarios, ni pagos, ni cobros, no había noche, ni día, ni prisas, ni hambre, ni amor, ni dolor. Era yo conmigo misma, por fin en paz.
Y cuando estaba a punto de alcanzar la gloria, despertaba.
Este sueño se me repetía desde los nueve años. Y cuando despertaba, me sentía bien. Era un buen sueño.
Y pasaron los años, viví mi vida como cualquier otra, ni mejor ni peor, la pubertad y la adolescencia, hasta que por fin llegó mi mayoría de edad, y después los veinte…
Me había apuntado hacía años a un grupo de senderismo, los conocía a todos, pero no llegué a trabar amistad con nadie, siempre he sido muy reservada.
Así que esa mañana, después de estar toda la semana lloviendo a cántaros, el despertador sonó.
Habían dicho de aplazar la ruta, pero yo sabía que eso no iba a suceder. Sabía que la haría justo ese día.
Así que a la hora acordada, me presenté donde siempre, poco a poco, iban llegando los demás. La lluvia se había ido, y el día amaneció claro. Cuando decidimos salir, la mañana despuntaba solana y radiante.
Estuvimos andando horas, un monte tras otro. Hasta llegar a la ruta final.
Casi en el monte, se veía mucha gente, mayores, jóvenes, padres con sus hijos, incluso algún que otro perro.
Había uno gigante, blanco, junto a una niña pequeña con un polar rosa. Jugaba con ella como un niño, pero con la delicadeza de un adulto, la perseguía y la dejaba escapar. La pequeña, disfrutaba de lo lindo con el perro más grande que ella.
Y en pocos minutos, alcanzamos la cima. Todos se pararon a descansar, yo me alejé del grupo unos metros, donde había un recodo.
Era la primera vez que estaba allí, pero sólo mi cuerpo, porque en sueños, había estado muchas veces. Era el lugar.
Podía ver cómo el bosque se mostraba majestuoso a mis pies, lejano y cercano, me invitaba, me decía que me había esperado años.
Todo se volvió un poco difuso unos momentos, volvía a soñar con ese sitio magnifico otra vez.
Miré hacia atrás, el perro blanco estaba tumbado, y la niña sobre él. Desde la distancia, podía pasar hasta por una vaca… rosa.
Cuando se acercaron los pajarillos, emprendí el vuelo.
Necesitaba volver a sentir aquella paz, la brisa fresca y cálida a la vez, los pajarillos a mí alrededor durante una milésima de segundo, podía escucharlos: “Bienvenida”, me decían.
Y se alejaban de mí, o yo de ellos, porque seguía volando, sonriendo y en paz conmigo y con el mundo. Un mundo en el cual no me sentía cómoda, nunca como en mi sueño.
Cuando sentí que rozaba la copa de los árboles, supe sin dudar, sin temor, que no estaba soñando.

jueves, 22 de marzo de 2012

HISTORIAS

QUITA, BICHO



Cada día igual, cada vez que pasaba cerca de él, siempre hacía y decía lo mismo:
-¡Quita, bicho!
Eran vecinos del mismo barrio, tenían casi la misma edad, habían ido al mismo colegio, y cada vez que se cruzaban, él, con una mueca de desprecio, la miraba, torciendo el gesto.
Y cuando crecieron, él se compró un coche viejo, de esos que lo va arreglando, “tunning” o algo así le llamaba, con colores chillones, luces en los bajos, y hacía sonar el claxon con la canción de “la cucaracha”. Y siempre, siempre, lo hacía sonar cada vez que ella pasaba por su lado.
Y cogió la nueva costumbre, cuando cruzaba por el aparcamiento, daba igual la hora, el día, que siempre, a mitad de camino, aparecía él, muy rápido, acercándose hasta que ella daba un salto y se apartaba, entonces, frenaba estrepitosamente, diciendo aquello de:
-¡Quita, bicho!
Y se reía un día con otro. Cuando llevaba la compra, se le caía todo al suelo.
Y los días de lluvia, ¡Cómo los disfrutaba él!, la última vez, al saltar, ella cayó en un charco, y para colmo, al frenar, levantó una capa de agua que le vino toda encima de ella.
Y para colmo, tocaba el claxon.
Ella, furiosa y empapada, se acercó, dispuesta a cantarle las cuarenta.
- ¿Por qué no tienes un poquito más de respeto por los demás? –le espetó, intentando hacerle ver su actitud inmadura, irrespetuosa y mal intencionada.
-¿Los demás? –dijo burlón- Yo no veo a nadie mas que un bicho.
-Me has estropeado la ropa y los zapatos.
-¿Sí? Encima te he hecho un favor. Anda, lárgate de aquí, antes de que alguien me vea y crea que hablo con insectos.
Volvió a su coche, ella se plantó delante de él, indignada como estaba, con los brazos en jarras.
Con una sonrisa, tirando por la ventanilla la punta del canuto, pisó el acelerador.
Ella no se movió, y él soltó el freno.
Fue un golpe leve, le estuvieron doliendo varios días las rodillas. Pero no le rompió nada, y apenas sí sangró.
No lo denunció, por supuesto, la última vez que alguien lo había puesto en evidencia, salió peor parado. Así que aguantó el dolor día tras día.
Pero no saltaba cuando él llegaba. Y ahora, la nueva costumbre, era rozarla ligeramente, casi siempre la tiraba al suelo, y siempre le lanzaba la punta del porro con esa maliciosa y estúpida sonrisa torcida.

Pero ese día, indignada y furiosa, cuando la arrojó de nuevo al suelo, ella no se levantó.
Él hizo sonar el claxon repetidas veces y no veía su cabeza aparecer. Ni la oía quejarse. Un sudor frío empezó a recorrerle el cuerpo, mirando alrededor, por si alguien lo había visto. No había nadie por allí, era de noche, cerrada y oscura noche de invierno. La había distinguido por su ridículo gorro de colorines a juego con sus guantes.
Así que tomó una linterna, para ver los daños, dejó la puerta abierta y salió.
Para su sorpresa, ella no estaba ni delante ni debajo del vehículo, como esperaba. No estaba por ninguna parte.
De repente, oyó el acelerador del coche, él estaba a sólo unos pasos, pero no le dio ni tiempo de apartarse, cuando su estúpido claxon sonó y su fantástico “buga tuneado” se le vino encima a la velocidad del rayo.
Lo lanzó a un par de metros, se quedó tendido en el asfalto boca arriba, mientras empezaba a llover. Por lo que ella veía a simple vista, tenía una pierna rota y le salía un poco de sangre por la nariz.
Mirándolo con desprecio, dijo, casi escupiéndolo:
-¡Quita, bicho!


lunes, 19 de marzo de 2012

PASA LA VIDA, CAPITULO 18

                                                                                                                        
El domingo anterior a su partida, mientras Alfonso se dedicó a leer los diarios de su hija, ésta estaba en el despacho de su tía, charlando y jugando al ordenador.
Parecían dos niñas entusiasmadas en plena travesura.
-Pasado mañana es tu cumpleaños, Raquel.
-Lo sé. ¿Qué me vas a regalar?
-Hablemos en serio.
-¿Es mucho pedir una botellita de colonia? Hace mucho que no tengo ninguna.
-El reglamento lo prohíbe. Una niña perfumada es…
-La usaré cuando esté fuera.
-De acuerdo. ¿Qué vas a hacer? Te queda poco para acabar el curso.
-No lo sé. Espero conseguir un empleo.
-Tu padre espera tu regreso.
-¿Has hablado con él?
-Sus cheques llegan puntuales. Con el último que he recibido, había una nota de agradecimiento por los servicios prestados.
-A papá no le gusta deber nada. Si algo tiene precio, lo compra. Si algo no le gusta, lo tira. Y yo, no le gusto.
-Sois demasiado parecidos. Tozudos, cabezotas. Es hora de que los dos deis el brazo a torcer.
-El mío es de goma.
-Lo sé. Te… echaré mucho de menos.
-Has sido la única que me ha tenido paciencia.
-La necesitas y mucho. Creí que me mandaban un demonio y eres un ángel. Tus profesores están muy contentos contigo.
-¿De veras? Al fin una buena noticia.
-Esta navidad, la primera en muchos años, la tomo de vacaciones. Me voy a la costa. ¿Te gustaría venir? No es un compromiso, aunque, la verdad, seguro que deseas pasarla con tu familia, después de tanto tiempo si ellos.
-Ando mal de fondos. No sé si tengo algo de dinero.
-El dinero de tus gastos está intacto. Pero no te preocupes, yo invito. Soy una solterona que apenas sale y tiene un buen sueldo.
-¡Qué suerte!
-Me hubiera gustado no tenerla y casarme, tener algún hijo propio… pero elegí esta vida. ¿Tuviste algún novio?
-Sí… Fernando.
-¿Te ha escrito alguna vez?
-Un par de veces, al principio. Y nada más. Ya habrá conocido a otra. Yo… le quería y mucho. Aún le recuerdo con cariño.
-Eres joven y bonita. Y hay muchos hombres en el mundo. Conocerás al hombre de tu vida antes o después.
-Y si no, puedo sustituirte.
-No. Tú no necesitas esto. Tú necesitas una familia. Una relación buena, o varias, y vivir un poco fuera de aquí.
-Ahora me asusta lo de fuera, aquí me siento arropada.
-Eso pronto se supera, pero puedes venir siempre que quieras, aquí tendrás un sitio para ti.


***

Y llegó el gran día.                                                     
Lucía y Elena arreglaron la habitación de Raquel.
Prepararon sus platos preferidos.
Incluso Alfonso parecía nervioso de poder verla de nuevo.
Habían hablado mucho él y su esposa.
-Debes tener paciencia y hablar los dos con calma.
-Esas fueron sus palabras aquél día. Y yo creí que me iba a pedir dinero o tiempo libre o qué se yo. Por suerte, ahora te tiene a ti.
-A mí no me conoce. Ella quiere a su padre. Tú le importas
-Debí avisarla e ir a por ella, es un viaje largo, nos hubiera venido bien hablarlo.
-Eso es lo de menos, lo importante es que la esperamos con ansiedad. Pero creo que tu regalo es un poco… infantil.
-Un enorme oso de peluche. Siempre le han gustado los peluches, la hice mayor antes de tiempo. Hoy volverá a ser niña.
Oyeron el motor de un coche que paraba en su puerta.
-¡Voy yo!- gritó Lucia.
Abrió la puerta con una gran sonrisa. Que murió al instante:
-¿Lucia Vega?
Asintió, mirando al mensajero.
La hizo firmar y le entregó un telegrama.
Al leerlo, se echó a llorar. Su padre se lo arrebató de las manos.
“Querida hermana. Tengo nueva casa. Nos veremos algún día. Te quiero. Raquel”

jueves, 15 de marzo de 2012

HISTORIAS

LAS VECINAS

Eva llamó a la puerta de mi casa. Vivíamos en uno de esos bloques de apartamentos, donde sólo hay un dormitorio, cocina y comedor, por suerte, el aseo, un minúsculo receptáculo, estaba tapiado y me sentía un poco más digna, con esas cuatro paredes salvaguardando mi intimidad en “esos momentos” que todos visitamos por necesidades.
Ella parecía asustada, nerviosa, cuando abrí la puerta, se echó en mis brazos:
- Laura, está aquí –me dijo entre lágrimas.
No hizo falta que la invitara a pasar, cerré la puerta cuando ella se internó en mi casa. Daba vueltas, me miraba compungida.
Hacía poco, en edificios colindantes, se había colado un violador, que no solo, abusaba, sino también mataba a sus victimas, estrangulándolas.
No habían encontrado nada sobre él, no dejaba rastro alguno, nadie lo había visto entrar ni salir, como si fuera una sombra.
Y Eva, de mediana estatura, rubia clara, y unos preciosos ojos, daba el tipo total y absoluto para ese animal que estaba aterrorizando al barrio entero.
Apenas nos conocíamos, sólo llevo allí un par de meses, pero en las tres últimas semanas, Eva se pegó a mí como si entre las dos, fuésemos una tabla de salvación, en mi caso, no corría ningún peligro, nadie iba a venir a hacerme daño a mi casa. Y es que yo, soy alta, más de la media, y visto como si tuviera veinte o treinta años más de los que tengo, con jerséis sin escotes, con amplios pañuelos y faldas largas y anodinas, vamos, que no atraigo a nadie.
Cada dos por tres, Eva venía a casa, cuando escuchaba ruidos raros, veía a alguien a quien no conocía, aunque solo pasara por la calle, y siempre estaba aterrorizada. Pero hoy, precisamente hoy, ha venido a mi casa, cuando yo ya tenía planes para salir. Tengo una cita, aunque suene increíble.
- No debes tener tanto miedo –dije, consolándola- Al fin y al cabo, tienes una puerta blindada y ningún acceso a tu casa.
- Pero hoy es martes, y todos los martes de los últimos dos meses, ese bastardo ha entrado en la casa de alguna chica. Y te lo juro, se parecen a mí.
Resoplé. De todas formas, la cita de hoy tampoco me apetecía mucho, y pasar la velada con Eva, sería mucho más divertida, así que cuando me preguntó si podía quedarse a dormir conmigo, pues bueno, una fiesta de pijamas estaría bien. No había tenido nunca ninguna y sentía deseos desde hacía muchos años, de tener una amiga con la que hacerla.
Cenamos entre risas, Eva estaba mucho más tranquila, mi presencia le gustaba, y eso era bueno para mí.
Y llegó la hora de ponernos el pijama.
Eva se quedó en ropa interior, estaba preciosa con ella.
- ¿Vamos a la cama?
Intenté quitarme la ropa dignamente, mis pechos me limitaban mucho, no tenía que habérmelos puesto tan grandes, pero el médico me había dicho que eso era más femenino.
Y es una tontería, puesto que yo no me siento mujer. Y Eva, desde luego, es mi tipo. De hecho, no la he visitado nunca por la tremenda seguridad que tiene en su casa. Con las otras había sido más fácil, así que me conformaba con tener chicas que se le parecían.
Eva me miraba sonriente, me hacía ojitos, ella siempre pensó que yo soy lesbiana, es una forma de verlo, ya que mi apariencia, parece femenina, todo por una tontería, casi me pillan, así que me disfracé de mujer, tapando mi nuez con grandes pañuelos, y mi miembro lo oculto con faldas amplias, es tan sencillo, ligo mucho más y mejor desde que decidí fingir lo que no era.
Y Eva, empieza a ponerse nerviosa mientras termino de quitarme toda la ropa, si, es un poco fuerte, no se esperaba la sorpresa que tengo entre las piernas.
Jadea, horrorizada, me mira como si no me conociera de nada, está temblando, pero seguro que la hago gozar, como a las otras, un último esfuerzo por mi parte para que duerman plácidamente el sueño eterno, por que después de estar conmigo, no van a encontrar nada mejor…

sábado, 10 de marzo de 2012

EN LA PANADERIA

Tenía aún los ojos semicerrados, suspirando, consultó por enésima vez su reloj, las 7:55. ¡Maldita sea!
Después de una noche de fiesta, en la que se había recogido, ni sabía la hora, porque de fiesta ¿A quién le importa lo que diga el reloj? Lo miras, si, y muchas veces, pero no lo ves.
En cambio, en el trabajo, ya es una costumbre, más un sábado por la mañana, en la que entras a las 7:45, y sabes que te toca pringar todo el día, porque es sábado, y los sábado está abierto todo el día, porque según el cartel “Domingos cerrado”, “Qué bien, una panadería que cierra los domingos”, pero el resto de la semana, entras a las 7:45 y te vas a las 14:30, a comer y vuelves a las 16:30 hasta pasadas las 20:30, y así un día con otro, y tu jefa, superfeliz, porque te da los domingos libres, porque ella no es una tirana, sino una “jefa enrollada”, que le da a su personal los domingos libres, un sueldo de mierda, y al menos una bronca segura en cada turno de trabajo. Y no te explota, eso no, solo que lo quiere todo tan sumamente limpio, que mientras despachas, vas poco más que con la bayeta, el plumero, los guantes de látex en las manos, la escoba metida por el culo, porque así te ahorras barrer y en cuanto no hay clientes, tienes que dejarlo todo como los chorros, no pares un segundo, porque te paga (un sueldo de mierda) por todos los minutos que entran en tu jornada laboral. Y algunos extras (por esos, ni una mierda) porque libras los domingos.
Y sí, era sábado por la mañana, y estás resacosa, porque la fiesta ha merecido la pena, y no tienes idea si has descansado 10 minutos o menos.
Y llega la primera clienta, una chica  de unos dieciséis años, que te mira sonriente de más.
- ¿Qué te pongo? –le preguntas, intentando poner una sonrisa falsa, porque como la jefa no ha llegado, no tienes por qué ser la alegría de la huerta aún.
Pero la chiquita, con la sonrisa abierta, un poco tímida, te pregunta:
- ¿Me lo darás en pan o en dinero?
Estoy flipada, piensas, aún me duran los efectos de las… copas que me he tomado, un par de ellas, un par de docenas, tampoco lo tienes tan claro.
- ¿Cómo dices? –preguntas, porque lo más seguro es que no hayas oído bien.
- ¿Qué si me lo das en pan o en dinero?
No, la que está flipada es ella. ¿Dónde ha ido de fiesta?, que me lo diga que yo me apunto.
- Perdona, pero es que no te entiendo…
- Lo del pan, es que yo solo quiero una barra –y señala un cartel detrás de ti.
Si, ese que está junto al de “Domingos Cerrado”. Ése que pone:
“Hoy pan doble”