jueves, 2 de junio de 2011

PASA LA VIDA, CAPITULO 13

Al cabo de varios días, sin abrir la boca en ningún momento, apenas probaba bocado.
Una tarde, una chica regordeta, se acercó a ella.
-Oye. ¿Juegas a pelota?
Negó.
-Nos falta una.
Negó de nuevo.
-¿Quieres que me siente contigo? Al principio es muy duro, todas te putean, pero luego ya pasan si no les haces caso.
Alzó un poco los hombros.
-Te agradezco tus buenas intenciones, pero no necesito amigos. No necesito nada, gracias.
-Ni siquiera has abierto el bocadillo.
-Quédatelo, si quieres.
-Gracias. ¿Cómo te llamas?
-¿Qué más da? No soy nadie.
-Sí que eres alguien. Yo soy Laura.
La miró, resopló:
-Raquel.
-Te trajeron a la fuerza. ¿Verdad? Yo llevo siete años, me queda uno.
-¡Laura! ¿Vienes?
-Es Marta. Ven con nosotras.
Negó.
-¿Cómo te hiciste esos cortes en la cabeza? Cuando llegaste, parecía que venías de la guerra.
-Tuve un accidente.
-¿Te duele todavía?
-No. No los he sentido. Estoy muerta.
Y era cierto. Se sentía muerta, no sentía dolor ni alegría… muerta.

***

Los sábados se entregaba el correo a las chicas.
La mayoría, eran felicitaciones. Quedaban tres días para navidad.
Ella no recibió ninguna.
El domingo se marcharon casi todas. Pero el colegio no cerraba. Quedaba el conserje, la cocinera, y una doncella, así como un par de profesores y la directora.
De alumnos, quedaron ella, Laura y otra chica, amiga de Laura. Y una pequeña de siete años, Elizabeth.
Se veía todo muy solitario. Todo el personal, así como las cuatro alumnas, comía en la misma mesa. Intentaban que el ambiente fuera distendido.
Pero pensaba en Lucía. Era un día especial para ellas, preparaban la casa, la cena, la mesa… siempre intentaron que fuese alegre. Sabía que Lucía no lo pasaría bien, que la añoraría. Que, a la mañana siguiente no la vería correr escaleras abajo en busca de los regalos. Que el suyo lo había dejado dentro de su armario. Se lo había dicho, pero no sería lo mismo. No iría a la misa del gallo, único día en todo el año en que su padre las sacaba por la noche, tan tarde. Y después a brindar con su tío Alejandro, su padrino y socio de su padre, y la familia de éste.
Su tío Alejandro, siempre la recibía con una sonrisa. Tenía dos hijos, pero un cariño especial con Raquel.
Y luego, la vuelta a casa…ellas procuraban acostarse temprano, cuando lo hacían, su padre bajaba con sus regalos.
Y cuando Alfonso se acostaba, Raquel bajaba con los suyos. A veces él la había sorprendido, y se sonreían, cómplices.
Se secó las lágrimas. Y sintió una mano encima de la suya.
Miró a su tía, intentó sonreír, pero no pudo.
Ella nada dijo, sólo la miró, transmitiéndole el calor de su mano.

Elizabeth, al verla llorar, se sentó junto a ella. Era una niña preciosa y muy buena, muy parecida a Lucía.
Era huérfana, y la familia de su padre, pagaba su estancia allí. Llevaba sólo unos meses.
Estaban pues, en parecidas circunstancias.

Llegó el fin de año, y el día de reyes. En el árbol, todos tenían un pequeño obsequio.
El día ocho, llegaron de nuevo las demás ocupantes.
Todo volvió a la normalidad.